sábado, 20 de noviembre de 2010

(V) Los Reales Talleres de Vapor y Electrorrayo

Los Reales Talleres constituían el mayor centro de investigación de todo el viejo continente. Estaban situados en la rivera sur del Thames, donde disponían de un muelle del que no dejaban de entrar y salir cargueros llenos de carbón y otras materias primas. El muelle, fabricado de piezas de metal tachonadas entre sí, desembocaba en la entrada trasera del edificio. Éste consistía en una colosal estructura de ladrillo y madera formada por cinco inmensas naves sobre las cuales despuntaba un enjambre de humeantes chimeneas que liberaban al aire gases de infinidad de colores, lo que producía una neblina perpetua que envolvía el complejo.

Henry Stampton entró por una de las titánicas puertas del taller para encontrarse con la típica escena de todos los días: grupos de soldadores usando potentes instrumentos alimentados con acetileno para unir enormes piezas de acero al ritmo de alguna explosión ocasional, carboneros alimentando el corazón incandescente de la nave III y labopeones caminando de un lugar cargando con objetos de lo más variado.

Los labopeones eran autómatas de forma humanoide destinados a realizar las labores más básicas del taller, aunque sus andares torpes y su facilidad para estar en el sitio menos adecuado a veces los convertían en una molestia. El primer labopeón surgió casi por accidente hacía unos años, cuando un viejo titiritero italiano medio demente se obsesionó con la idea tener descendencia. Finalmente, tras invertir mucho tiempo y salud en ello, logró crear una marioneta rayodinámica con cierta respuesta intelectual al que presuntamente bautizó como Pinochio I. Desgraciadamente para el titiritero, nadie le perdonó que, en su demencia, extrajera el cerebro de un crío al que él mismo asesinó para dotar a su creación de dicha capacidad mental, por lo que fue colgado públicamente y todos sus bienes embargados, entre ellos el Pinochio I que pasó a ser propiedad de los talleres. En la actualidad, eran los cerebros de los condenados de London Tower los que se usaban como materia prima en la fabricación de labopeones, no sin antes pasar un día en vinagre para borrar cualquier recuerdo del reo.

Henry se dirigió hacia su despacho, un pequeño cubículo con un escritorio, donde el orden era un concepto inexistente, y una silla de madera carcomida. Al entrar, una voz lo saludó inquisitivamente.

- Llegas tarde. ¿Acaso no tienes reloj? Ya sabes que la puntua...

- Mejor no preguntes, Zulfikar. - Cortó al hombre que reposaba en su silla con los pies encima de la mesa. Zulfikar Kumar era el mejor amigo (aunque algunos dirían que el único) que Henry Stampton tenía en el mundo. Se conocieron en la India unos años atrás en unas excavaciones de cristal de azufre y descubrieron que compartían cierto interés en los misterios de la Geolomagia. El whisky y una pelea en un antro de Delhi contra unos impresentables forjaron una amistad duradera.

Zulfikar había nacido en la India unas treinta y siete primaveras atrás y practicaba el hinduísmo, motivo por el cual sobre su cabeza siempre reposaba un enorme turbante color púrpura con una piedra negro azabache en su centro y solía vestir túnicas de lo más coloridas que contrastaban con su piel tostada. Su rostro era recio y viril y estaba rodeado de una poblada barba. Además, una enorme cicatriz le adornaba el carrillo derecho como un fantasma producto de su paso por el ejército colonial. Una época de su vida de la que también conservaba otros dos recuerdos: en el cinto su querida Dyumna, como él llamaba a su espada curvada de doble filo, y bajo sus ropas un brazo vapomecánico que él mismo había diseñado después de que una bala de cañón decidiera llevarse su extremidad izquierda en la batalla de Bhopai.

- Bueno pongámonos manos a la obra, hoy es un día importante. Con suerte, si todo sale bien, hasta acabamos siendo sirs. - sentenció Henry con una risa y ambos hombres salieron del despacho.

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¿Un día importante? ¿Qué se traerán entre manos?

Un saludo a todos ;)

4 comentarios:

Roendal dijo...

+1 a la idea de darle un uso al cerebro de los reos :D

Me gusta, me gusta ;)

Frexor dijo...

esta buena.... me puse a pensar en la improbabilidad de los muñecos pinoccio... pero bueno mi lado cientifico me cuesta dejarlo de lado

Serjical dijo...

Bueno, lo que pretendo en el mundo que tengo en mi cabeza es darle también un toque de fantasía o al menos hasta el punto de que "toda tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia".

Además, es una pequeña referencia a Frankenstein de Mery Shelley. Si ella lo vio posible, yo también :P.

Se agradecen los comentarios :)

Patricia Alemany dijo...

Me encanta lo grotesco de los pinoccio-frankenstein, que me recuerdan también a los cylon.