martes, 30 de noviembre de 2010

(VII) Visitas inesperadas

Jerry's era el típico restaurante situado en la zona industrial de London. Sustentado por suministrar un rancho decente a buen precio a los trabajadores de la siderurgia, que eran, a grandes rasgos, su principal clientela. El restaurante ocupaba el bajo de un edificio abandonado y ennegrecido por efecto del humo que inundaba el ambiente. En la puerta de roble envejecido había carteles y panfletos de todo tipo anunciando desde el menú del día hasta prohibiendo la entrada a labopeones. Lo cierto es que cualquiera que paseara por la calle evitaría entrar en un sitio como ese, y mucho menos para comer.

Sin embargo, en su interior el aspecto era más halagüeño. Una serie de mesas relativamente limpias estaban distribuidas por una enorme sala con suelo de madera y, al fondo, una barra disponía, casi como trofeos, de una ingente cantidad de botellas de los licores más variados.

La cercanía con los reales talleres y el exquisito puré de verduras hervidas de la señora Gingeroot, esposa de Jerry el mesonero, hacían de Jerry's el sitio favorito para comer de Henry Stampton. Por su parte, a Zulfikar toda la comida de ese país le parecía carente de sabor y de chispa.

Ambos estaban sentados a la mesa dando buena cuenta de sus platos. El silencio reinaba durante la comida y Henry no hacía más que mover su plato de puré que comenzaba a enfriarse.

- Venga Henry, ¿vas a pasarte toda la comida callado?-Rompió su silencio el indio.
- Zulfikar, es que pensé que lo teníamos y... - El sonido de la campanilla que pendía sobre la puerta de entrada del restaurante cortó al ingeniero. Éste alzó su mirada por encima de Zulfikar y contempló la figura que acababa de hacer su entrada en la estancia. Para su sorpresa, le resulto familiar. - ¿Osgar? ¿ Osgar McClancy?

Osgar era alto y delgado, con una cara alargada y huesuda adornada con unos prominentes y alargados bigotes. Sobre su cabello castaño reposaba un salacot alargado de color caqui, al igual que su chaqueta llena de bolsillos. Orgulloso de su condición de escocés, se negaba a vestir pantalones, optando, sin excepciones, por el kilt de los McClancy, un seven yards de preciosos colores amarillos y verdes. Sobre su espalda, sujeto mediante una correa, un enorme rifle con mira telescópica. Además, de manera excepcional, entre sus manos portaba una caja de madera con el letrero de Frágil.

- ¡Henry, canalla! Me dijeron en los talleres que te podría encontrar aquí. ¿Qué tal, viejo zorro?

- Me acabas de alegrar el día, Osgar. ¿Qué haces aquí? Te hacía en África, luchando contra los Zulúes. Por cierto, te presento a Zulfikar Kumar, mi compañero de investigaciones. Zulfikar, este es Osgar McClancy, un viejo amigo de la infancia. - Ambos se estrecharon las manos. - ¿Qué te trae por aquí?

- Tengo que enseñarte algo, Henry.- Dijo señalando la caja. - En un sitio más privado. Tu amigo puede venir si lo desea. - Henry asintió y se dirigió a la barra del restaurante. Tras pagar la comida y pedir tres vasos del mejor whisky de Jerry, volvió a la mesa.

- Jerry me ha dicho que podemos pasar a su bodega. No preguntes por qué, Osgar, pero preferiría evitar los talleres en lo que queda de día.- Cogieron sus vasos y se retiraron a una sala interior del restaurante.

La bodega de Jerry's era un pequeño cuarto en el que guardaban reposo una considerable cantidad de botellas de vino entre volátiles sábanas de polvo. Del techo colgaban hierbas secas e, incluso, un jamón español. Una vez cerraron las puertas de la bodega y encendieron una pequeña lámpara de acetileno, tomaron asiento en torno a una pequeña y mugrienta mesa.

- Tú dirás. - Henry incitó a Osgar a explicarse. Éste abrió la caja, retiró un par de manojos de hierba seca y sacó una pequeña estatuilla con forma de elefante. La estatuilla era estaba hecha de mineral de sal y radiaba un tenue fulgor azulado. Los ojos de Henry y Zufilkar se abrieron como enormes platos. - ¡Great Scott! No puede ser...

miércoles, 24 de noviembre de 2010

(VI) Prueba y Error

El laboratorio de Aplicaciones Tecnomilitares de la Geolomagia era, quizá, el ejemplo más fehaciente y que más se ajustaba a la definición de caos. Por todos los lados había alambiques, pipetas, mecheros, bobinas, engranajes y toda clase de instrumentos de dudosa utilidad. En el centro, como protagonista, un enorme banco de trabajo cubierto de planos y una completa caja de herramientas. Unas pizarras negras repletas de fórmulas y esquemas cubrían tres de las cuatro paredes, mientras que la última daba acceso al despacho de Mr. Stampton y a un pequeño aseo con una vieja puerta de madera. Desde unos nueve metros de altura, la luz caía sobre la estancia como una cascada desde una oronda claraboya en el techo, donde el arquitecto se había permitido poner el escudo real en forma de vidriera.

Henry y Zulficar entraron en el laboratorio. Mr. Stampton se dirigió a una de las pizarras y empezó a observar las fórmulas que en ellas parecían mofarse de él.

- ¿Sábes Zulfikar? Cuanto más descubrimos de la Geolomagia, más lejos creo que estoy de entenderla. - dijo Henry con un suspiro.

El indio hizo caso omiso, empezaba a estar acostumbrado a los ataques de pesimismo de Henry y sabía que lo mejor era no comentar nada. Por su parte, se dirigió al banco de trabajo, se agachó y, no sin antes retirar unos cuantos cacharros, sacó una caja blindada. Tras introducir el código secreto y abrirla, introdujo su mano izquierda en su interior. Al sacarla de nuevo, sobre su tecnomano metálica reposaba una piedra casi esférica de unos diez centímetros de diámetro.

- Comencemos el experimento y despejemos tus dudas, viejo amigo. - sentenció Zulfikar mientras ponía la roca sobre un soporte metálico en la mesa central. Henry asintió y se puso la ropa de trabajo. Ésta consistía en unas enormes gafas de latón, con lentes móviles para conseguir distintos aumentos, que le cubrían gran parte del rostro; una bata bastante vieja similar a la que usaban los herreros y los trabajadores de la siderurgia; y unos guantes de cuero de color quemado. Curiosamente, toda la protección que usaba Zulfikar eran unas pequeñas lentes de protección solar.

- Bien. Antes de comenzar, repasemos los tres principios de la Geolomagia...

- Por favor, Henry, ¿otra vez? - reprochó el indio.

- ... Primer Principio de la Geolomagia, o principio de Warren: Sólo ciertos minerales y rocas son susceptibles de almacenar energía en su interior. - Continuó Henry sin inmutarse de las quejas de su compañero. - Segundo Principio de la Geolomagia, o principio de Warren-Skoltz: La energía almacenada en las piedras Geolomágicas es energía pura. Finalmente, Tercer Principio de la Geolomágia o Principio del mimetismo de Stampton-Kumar: Cuando una fuente de energía pura es expuesta a un foco energético de origen externo con identidad propia, la fuente de energía pura adquiere esa identidad.

- Lo que no dice ninguno de esos principios, por mucho que me guste el tercero, es que una vez agotada la fuente de energía Geolomágica de una piedra no se puede recargar y queda convertida en un guijarro más o, con suerte, en una bonita pieza de joyería. - Comentó Zulfikar.- Aunque eso puede cambiar hoy, si demostramos lo contrario. ¿Podemos comenzar ya el experimento de carga de piedras afines o prefieres seguir dando clase a un auditorio inexistente?

Henry emitió un sonido en forma de queja y se dirigió hacia un borde del banco de trabajo. Tras tardar unos segundos en encontrarlas, Henry colocó unas pinzas eléctricas al soporte metálico que sustentaba la piedra. Acto seguido, conectó el otro extremo del ancho cable de cobre a un generador de electrorrayo propulsado a vapor. Afortunadamente, en los talleres, las calderas eran centrales y cualquier habitación podía disponer de una fuente de vapor a una correcta presión con sólo abrir una válvula, aunque esto había producido más de un accidente a investigadores poco serios.

- Experimento de carga de piedras afines número cuarenta y dos. Ante los "interesantes" resultados del experimento anterior, en el cual vimos que el mármol ofrece ciertas cualidades útiles para purificar energía y absorberla vamos a iniciar un nuevo intento tras haber pulido la piedra y haberle otorgado forma esférica para facilitar el proceso. Disponemos de una fuente de electrorrayo de 500 Voltas de sinusoide. El marmol utilizado es un marmol afín encontrado en Junio de 1894 cuya energía se agotó a finales de Marzo del año pasado, procedemos con el experimento. - Y tras acabar con el discurso descriptivo, abrió la válvula del generador.

Un fuerte silbido anunció la llegada del vapor al generador y, tras un transitorio de unos segundos, la carga eléctrica comenzó a cargar la piedra. Un pequeño foco de luz empezó a surgir del interior del mineral y la atmósfera comenzó a calentarse al tiempo que una pequeña sonrisa comenzaba a esbozarse en la cara de Henry, en cuyas gafas se veía reflejada la palpitante luz que, cada vez con más potencia, irradiaba la roca. Todo parecía ir a pedir de boca.

De pronto, unas inesperadas descargas en forma de rayo comenzaron a emanar de la piedra sin rumbo fijo.

- ¡Al suelo! - Alertó Zulfikar al tiempo que empujaba a Henry para ponerse a cubierto bajo el banco de trabajo.

Los rayos surgían de forma aleatoria achicharrando impunemente cuanto se cruzaba en su camino. Finalmente, y con titánico estruendo, una explosión hizo que la piedra quedara reducida a pequeños fragmentos que, impulsados como balas, acabaron incrustados por todo el mobiliario y paredes de la sala.

- No podemos decir que haya sido un éxito. - Zulfikar salió de su escondite y de un rápido vistazo, el indio hizo un rápido balance de los daños materiales. - Nos va a caer una buena bronca por esto. Oh, genial, uno de los fragmentos ha roto la claraboya del techo. Lo que nos faltaba, goteras.

Henry seguía en el suelo, cabizbajo y en silencio, con los pensamientos en otra parte. Repasando punto a punto el procedimiento sin encontrar el fallo.

- Vamos, amigo mío, levanta el cuerpo y el animo.- Dijo mientras ayudaba a erguirse a Henry.- Ya daremos con la solución, no te mortifiques. Venga, te invito a comer...

Hola a todos, steamers que usualmente visitáis este blog.

Siento la reciente falta de actualización que ha llevado al blog a estar parado por casi media semana. Pero en mi defensa he de decir que he sido víctima de unas fiebres y he andado de convalecencia.

En otro orden de cosas, quisiera mandar un saludo a mis recientes lectores del otro lado del charco. Espero que no tengan ningún problema con el léxico a la hora de leer mis relatos.

Un saludo a todos y nos vemos en la City.

sábado, 20 de noviembre de 2010

(V) Los Reales Talleres de Vapor y Electrorrayo

Los Reales Talleres constituían el mayor centro de investigación de todo el viejo continente. Estaban situados en la rivera sur del Thames, donde disponían de un muelle del que no dejaban de entrar y salir cargueros llenos de carbón y otras materias primas. El muelle, fabricado de piezas de metal tachonadas entre sí, desembocaba en la entrada trasera del edificio. Éste consistía en una colosal estructura de ladrillo y madera formada por cinco inmensas naves sobre las cuales despuntaba un enjambre de humeantes chimeneas que liberaban al aire gases de infinidad de colores, lo que producía una neblina perpetua que envolvía el complejo.

Henry Stampton entró por una de las titánicas puertas del taller para encontrarse con la típica escena de todos los días: grupos de soldadores usando potentes instrumentos alimentados con acetileno para unir enormes piezas de acero al ritmo de alguna explosión ocasional, carboneros alimentando el corazón incandescente de la nave III y labopeones caminando de un lugar cargando con objetos de lo más variado.

Los labopeones eran autómatas de forma humanoide destinados a realizar las labores más básicas del taller, aunque sus andares torpes y su facilidad para estar en el sitio menos adecuado a veces los convertían en una molestia. El primer labopeón surgió casi por accidente hacía unos años, cuando un viejo titiritero italiano medio demente se obsesionó con la idea tener descendencia. Finalmente, tras invertir mucho tiempo y salud en ello, logró crear una marioneta rayodinámica con cierta respuesta intelectual al que presuntamente bautizó como Pinochio I. Desgraciadamente para el titiritero, nadie le perdonó que, en su demencia, extrajera el cerebro de un crío al que él mismo asesinó para dotar a su creación de dicha capacidad mental, por lo que fue colgado públicamente y todos sus bienes embargados, entre ellos el Pinochio I que pasó a ser propiedad de los talleres. En la actualidad, eran los cerebros de los condenados de London Tower los que se usaban como materia prima en la fabricación de labopeones, no sin antes pasar un día en vinagre para borrar cualquier recuerdo del reo.

Henry se dirigió hacia su despacho, un pequeño cubículo con un escritorio, donde el orden era un concepto inexistente, y una silla de madera carcomida. Al entrar, una voz lo saludó inquisitivamente.

- Llegas tarde. ¿Acaso no tienes reloj? Ya sabes que la puntua...

- Mejor no preguntes, Zulfikar. - Cortó al hombre que reposaba en su silla con los pies encima de la mesa. Zulfikar Kumar era el mejor amigo (aunque algunos dirían que el único) que Henry Stampton tenía en el mundo. Se conocieron en la India unos años atrás en unas excavaciones de cristal de azufre y descubrieron que compartían cierto interés en los misterios de la Geolomagia. El whisky y una pelea en un antro de Delhi contra unos impresentables forjaron una amistad duradera.

Zulfikar había nacido en la India unas treinta y siete primaveras atrás y practicaba el hinduísmo, motivo por el cual sobre su cabeza siempre reposaba un enorme turbante color púrpura con una piedra negro azabache en su centro y solía vestir túnicas de lo más coloridas que contrastaban con su piel tostada. Su rostro era recio y viril y estaba rodeado de una poblada barba. Además, una enorme cicatriz le adornaba el carrillo derecho como un fantasma producto de su paso por el ejército colonial. Una época de su vida de la que también conservaba otros dos recuerdos: en el cinto su querida Dyumna, como él llamaba a su espada curvada de doble filo, y bajo sus ropas un brazo vapomecánico que él mismo había diseñado después de que una bala de cañón decidiera llevarse su extremidad izquierda en la batalla de Bhopai.

- Bueno pongámonos manos a la obra, hoy es un día importante. Con suerte, si todo sale bien, hasta acabamos siendo sirs. - sentenció Henry con una risa y ambos hombres salieron del despacho.

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¿Un día importante? ¿Qué se traerán entre manos?

Un saludo a todos ;)

viernes, 19 de noviembre de 2010

(IV) ¿Un agradable trayecto?

"Billetes, por favor." .- Henry sacó de sus pantalones una cartera de cuero negro, extrajo un papel arrugado y se lo presentó al operario del vagón. Éste lo revisó y movió la cabeza de forma afirmativa.- "Puede pasar, caballero. Bienvenido a la línea XXVII de la Real Agencia de Vaporvías de London".Henry asintió con la cabeza adentrándose dentro del vagón.

Los vagones de los Vaporvías eran bastante impresionantes, aunque el tiempo y el desmesurado uso había borrado parte de los signos de gloria económica que los había caracterizado durante largo tiempo. Cada vagón era una obra de artesanía de una calidad exquisita: las paredes estaban revestidas de madera de Caoba que lo aislaba termicamente del exterior, si bien no le hacía tampoco excesiva falta pues todo el vaporvía estaba calentado por un sistema calefactor de tuberías que aprovechaba el humo y el aire caliente saliente de la caldera; el sistema de iluminación constaba de unas lámparas de incandescencia marca Edison&Tesla Inc. montadas sobre una estructura de forja que recordaba a las lámparas de araña de algún palacio; los asientos estaban forrados de cuero de reses finesas y para subir de una planta a la superior había una ornamentada escalera de caracol.

Una vez dentro, Mr. Stampton buscó con la mirada a Clementine, ya que, como todas las mujeres, había entrado antes que los hombres tal y como mandaba el protocolo. Cuando la encontró se acercó a ella y se sentó en el asiento contiguo.

- Bueno, señorita Clementine, ¿qué le ha traído a London? Esta ciudad no es adecuada para que una muchacha como usted ande sola, si me permite el consejo.
- He venido a hacerme un hueco en el mundo de la Núeva Ópera y a estudiar neomúsica técnica. Estoy matriculada en la Royal NeoMusic School. En cuanto a mí, no se preocupe. Sé cuidarme sola. - La chica rió- Y usted, ¿a qué se dedica?
- Soy Ingeniero Jefe en los Reales Tecnotalleres de Vapor y Electrorrayo. Concretamente en el departamento de Aplicaciones Tecnomilitares de la Geolomagia. - La cara de Clementine dibujó una mueca incomprensión. Henry soltó una carcajada y comenzó una de las pequeñas clases introductorias que le había tocado dar en multitud de ocasiones. - La Geolomagia es un nuevo y prometedor campo de la ciencia. Verás, en el mundo a veces sucede, aunque en muy raras ocasiones, que se encuentran piedras o minerales con algún tipo de energía en su interior. Generalmente estas piedras están escondidas en lo más profundo de la tierra, pero en ocasiones algunas salen a la luz y acaban siendo veneradas como dioses, como las piedras Shankara de la India, lo que nos lleva a.... - La muchacha bostezó sin ninguna consideración.- Bueno, me estoy yendo por las ramas, disculpa. Basicamente, lo que yo hago es estudiar estas piedras para encontrar la manera de extraer esa energía y aprovecharla. Personalmente, no creo que sea magia, no creo en esas cosas, por lo que el nombre de Geolomagia me parece poco apropiado. Mi teoría es que esas piedras hacen de capacitores de energía pura, que permanece en su interior desde tiempos inmemoriales.- La mirada de Clementine denotaba escepticismo. Henry suspiró, se echó la mano al bolsillo de su chaleco sacando su reloj de bolsillo y un pequeño destornillador de relojero. Tras aflojar un par de tornillos de la parte trasera, tendió el reloj hacía la chica. - Mira, querida.

Al abrirse la tapa trasera del reloj apareció una gema de color morado de la que emanaba un tenue luz de forma periódica. La gema estaba conectada mediante extraños mecanismos al sistema de ajetreadas ruedas dentadas que producía el giro de las manecillas. Clementine no salía de su asombro, posiblemente más atraída por la belleza de la piedra luminosa que por la técnica que la envolvía.

- Con esto me ahorro darle cuerda constantemente, y apenas atrasa un segundo al año. - dijo Henry mientras volvía a atornillar la parte trasera y a echarse el reloj al bolsillo.- ¡Oh! Me temo que esta es su parada, señorita. - Apuntó Henry levantándose para dejar salir a la chica. Ésta se levantó y se puso frente a él.

- Encantada de conocerle, Mr. Stampton, ha sido un placer. Ojalá nuestros destinos se vuelvan a cruzar pronto. - Y sin mediar palabra adicional se acercó a Henry y le dio un beso en la mejilla. Tras ello, y con Henry aún de pie con cara de pasmarote, se dirigió a la puerta del vagón y se fue.

Pasaron unos segundos antes de que Henry recuperara la compostura. Cuando fue consciente del ridiculo que estaba haciendo de pie en medio del pasillo, Henry se volvió a sentar. La atención y la mirada del ingeniero se volvieron a centrar sobre el periódico y prosiguió su camino en el Vaporvía.

Al llegar a la siguiente parada un operario entró en el vagón. "Atención, por favor, damas y caballeros. Por problemas ajenos a la Real Agencia de Vaporvías de London, tendremos que estar parados durante diez minutos. Disculpen las molestias".

"Genial, otra vez tarde", pensó Henry al tiempo que se echaba la mano al bolsillo del chaleco para comprobar la hora. Sin embargo, el bolsillo estaba vacío y la cadena del reloj colgaba lánguida de la botonera de su chaleco. "Great Scott!, me ha robado la muy..."
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¡Vaya! ¡ Si es que no hay que ser tan confiado Henry! Espero que os vaya gustando la historia.
PD: No os olvidéis de comentar, o si al menos no lo hacéis, marcad las casillas que podéis encontrar abajo para transmitirme vuestra opinión.

jueves, 18 de noviembre de 2010

(III) La muchacha de los cabellos de fuego

"Henry comenzaba a impacientarse. Sacó el reloj del bolsillo de su chaleco, lo abrió y contempló minuciosamente las agujas del mismo, como si escondidas en aquellas pequeñas manecillas de níquel y en su incesante tictac se escondiera el secreto para hacer que el Vaporvía apareciera. Pero la locomotora no aparecía. "Cada segundo cuenta" - pensó.

- Disculpe caballero.- Una voz femenina con acento afrancesado le sacó de sus pensamientos.- ¿Podría indicarme cómo llego a Trafalgar Memorial?

El ingeniero se giró y contempló a la muchacha, que debía rondar los veinte años de edad. Vestía un precioso vestido de tonalidades pastel anaranjadas con un corsé a juego y una media falda con volantes que dejaba ver unas medias con rayas de colores cálidos. Su rostro era de tez clara adornado con pecas en los pómulos y sus cabellos eran rizados y de color rojo anaranjado, haciendo juego con su vestimenta. No era la típica muchacha que encontrabas en el Soho londinense. "Una hormiguita más... pero una bien bonita" pensó Henry al tiempo que esgrimió una sonrisa.

- Desde luego querida. Tienes que coger la siguiente locomotora, parar en Parlament Building y luego coger la la línea XXXIV hasta Battle's Glory. Según salgas del ascensor giras a la...

Un estrépito inundó la estación al tiempo que el Vaporvía hizo su entrada en el andén. Tanto Henry como la chica contemplaron el enorme titán vaporizado. Era un tren de seis vagones (más la locomotora), cada uno con tres plantas de altura. Las puertas de los seis vagones fueron abiertas desde dentro por sendos seis empleados de la línea, cada uno con su uniforme reglamentario. Estos, bajaron y se posicionaron en un lateral de cada puerta. "Vaporvía rumbo a North Thames. Repito. North Thames. Pasajeros preparen sus billetes", gritó uno de ellos y en la estación se formaron seis colas a la entrada de los vagones.

- ¿Qué le parece, señorita, si continuamos la interesante conversación dentro? - Henry sonrió a la joven con una mueca burlona. - Me llamo Henry, Henry Stampton Jr.

- Très bien. - la chica sonrió - Clementine L'Orange, de París.

Ambos se pusieron a la cola en el vagón IV esperando su turno para entrar..."
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¿Quién será esta alegre joven? De momento os dejo con una canción para que os sirva de banda sonora.
Ronfaure (FF XI OST):



miércoles, 17 de noviembre de 2010

(II) London, la City

"Henry bajó los peldaños del portal de la pensión y salió a las calles de la ciudad de London. Aquella ciudad distaba mucho de ser una ciudad corriente. Por alguna rareza que la ciencia no podrá explicar jamás, en aquellas estrechas calles convergían y contrastaban todos los resquicios del alma humana. Desde la más humilde pobreza del que mendiga en las aceras hasta la riqueza del más adinerado de los duques y barones en sus enormes casonas; desde la incultura más absurda del bufón de la esquina hasta la mayor genialidad tecnológica guardada en los talleres reales; desde la cobardía del que asesina por la espalda en la noche hasta el coraje y gallardía de los exploradores de Zululandia... Todos eran London, y London era todos ellos.

"Un enorme hormiguero con miles de hormiguitas moviéndose de un lugar para otro luchando por sobrevivir un día más."- Pensó Henry, mientras caminaba por la calle rumbo a Saint Patricks, donde tomaría el Vaporvía. El Vaporvía era una versión más ligera de la locomotora de vapor sobre raíles adaptada a las necesidades de la City: rapidez y robustez. De camino compró el periódico del día a un muchacho, le dio media libra de propina y ojeó los titulares: "Continúan las desapariciones en Fleet Street, el juez Turpin pide calma a la población".

El ingeniero continuó caminando hasta que la estrecha calle por la que había caminado (no sin chocarse un par de veces por mirar el diario más de la cuenta) se hubo convertido en una plaza redonda con una enorme estructura cilíndrica de metal en su centro rodeada de bancos. Esta estructura, similar a un andamiaje, envolvía un ascensor vapopropulsado en el que cabían unas veinte personas. Henry se acercó corriendo y logró entrar antes de que las puertas enrejadas de forja se cerraran tras él.

El cubículo se elevó con un fuerte acelerón, subió durante unos segundos y se detuvo con otra brusca frenada. Cuando las puertas se abrieron el ascensor se quedó vacío y sus ocupantes tomaron posiciones en el andén a la espera del Vaporvía. La estación de Saint Patricks se alzaba unos doce metros sobre el nivel del suelo, pero no era ni mucho menos la más alta. En las lodosas tierras de la rivera del Thames era más fácil construir hacia arriba que cavar túneles, por ello el Vaporvía recorría los cielos de la ciudad dejando una estela de humo negro a su paso. Henry contempló desde las alturas la ciudad en la que vivía y sintió un escalofrío..."
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Hola de nuevo a todos muchachos, he vuelto. Tras un año apenas recuerdo como iban a desarrollarse los acontecimientos en la historia de Henry Stampton así que tendremos que descubrirlo juntos. Además he aprovechado y le he dado un lavado de cara al blog.

Un saludo a todos.